Este bellísimo evangelio según San Juan que la liturgia proclama con inmensa alegría la mañana del
domingo de Pascua, nos brinda la ocasión de ahondar en la teología de la fe.
Adagio
La acción
comienza, apropiadamente, cuando aún hay tinieblas (σκοτίας). Esta situación de oscuridad es
apropiada por varias razones. En primer lugar porque las tinieblas, en el
contexto juánico, dicen sobre todo referencia al mal(13,30) y
desde el punto de vista de los hechos ocurridos el viernes (santo) ha triunfado
el mal sobre el bien. Al mismo tiempo,
la situación de tinieblas se aplica para describir la situación del no
creyente. En efecto, la Luz ha venido al
mundo para que nadie que crea en El (ὁ πιστεύων εἰς) permanezca en tinieblas (12,46). Y por último en este contexto de muerte,
donde se pone a prueba la fe de los discípulos, la oscuridad nos dice semejanza
con una de las notas características de la virtud teologal de la fe: su nocturnidad, la fe como “hábito cierto y
oscuro” (Juan de la Cruz S 2,3)
En esta oscuridad
María Magdalena VA hacia el sepulcro. Este “ir” en tiempo presente (ἔρχεται) pertenece a
nuestra condición de homo viator, de
peregrinos haciendo experiencia cristiana, y muchas veces, como en este caso,
la experiencia es tan oscura que parece que no hay ninguna luz y que no es
posible la fe. María Magdalena no “cree” aún en Jesús ya que si no, no iría a buscarlo “entre los muertos” pero
al menos ha salido de si “va” hacia
Cristo. El dolor no ha apagado en ella
el deseo, por el contrario la Cruz (19,25) ya está comenzando a ejercer su
atracción (12,32).
Al
llegar ve la piedra corrida. Hay aquí un primer “signo”-la tumba vacía-
que invita a pensar. Cuado Santo Tomás trata sobre la virtud de la fe, afirma
que es “pensar con asentimiento” (cum
assensione cogitare)(II-II q2.a.1) lo cual como veremos implica tanto al
entendimiento como a la voluntad. Pero “el creer es inmediatamente acto del
entendimiento, pues su objeto es la verdad, acto propio de aquel (q.4 a.2) es
decir que propiamente es una operación del intelecto que busca la verdad. En
esta instancia, María Magdalena piensa (reflexiona sobre el signo) y
llega a una conclusión: “alguien” se llevó el cadáver del Maestro. Esto no
desentona con la tradición sinóptica que es unánime en destacar la dificultad de comprender la
resurrección. La pregunta a hacernos es si al ver este signo María
Magdalena podría haber “creído”, si podría haber realizado un acto de fe.
Preferimos dejar la respuesta hasta el final.
PRESTO
María corre a
avisar a Simón Pedro y al discípulo amado. Ellos también corren y llegan hasta
la tumba. Este correr al comprobar que la tumba está vacía es
también común a la tradición sinóptica. Indica –nos parece- incomprensión,
perplejidad, ¿esperanza? Los dos
discípulos, Pedro y el “amado del Señor” entran al sepulcro. Ambos
contemplan el mismo signo: lienzos, sudario, vendas, todo prolijamente colocado
en su lugar.
LARGO
La acción se detiene y hay un pensar, un cogitare de los dos. Según
Santo Tomás, pensar es propiamente el movimiento del que delibera cuando
todavía no ha llegar a la perfección por la visión plena de la verdad.(q.2 a.1)
Luego de este pensar, el Discípulo amado“vio y creyó” pues –sigue diciendo el texto- “hasta
entonces no habían comprendido que según la Escritura, Jesús debía resucitar de
entre los muertos” ¿El Discípulo Amado creyó porque
comprendió o comprendió porque creyó? Aquí interviene el cum assensu. En la ciencia,
el asentimiento se da posteriormente al cogitare,
en cambio en la fe se dan simultáneamente. Y ello ocurre porque “el
entendimiento del que cree está determinado hacia una cosa no por la razón sino
por la voluntad. Por eso, el
asentimiento se considera aquí como acto del entendimiento determinado hacia
una parte de la voluntad”(II-II q.2 a.1 ad 3).
El Discípulo Amado hace –con libertad- un
juicio de credibilidad. La libertad
viene expresada en que el otro testigo ante el mismo signo no cree. No hay
evidencia en el objeto, ni tampoco relación insoslayable entre escritura y
tumba vacía. El DA ve algo que los otros
no ven, lo ve con otra luz, con otra profundidad: cree que Jesús es el Mesías,
el Hijo de Dios (20,31). Se pueden
ensayar explicaciones, todas a la sombra de la cruz. La primera es que,
respecto a Pedro, el Discípulo Amado estuvo más cercano a la cruz (19,26) por lo cual ella
ejerce su atracción (12,46) con más fuerza. Es, de algún modo, un círculo
virtuoso: porque fue amado estuvo junto a la cruz, al estar junto a la cruz
está más atraído por ella y por lo tanto ama más. Y como ama, cree. Hay más
gracia, más participación en la vida divina. Que por otro lado es el propósito
de la fe: creer para tener vida [eterna] (20,31). Al mismo tiempo, este pensar la cruz es una
de las antinomias de la fe: en esta tremenda oscuridad se revela el AMOR como
supremamente creíble y, supremamente atractivo. Aquí, estalla el lenguaje
porque es una experiencia profunda del exceso de Dios. Y sobre el exceso mejor es callar. Por ello,
el DA no dice nada: regresa a su casa en silencio.(20,10)
ALLEGRO
¿Y María
Magdalena? Como reflexión de esta parte del texto cuyo denso misterio tantos
artistas han intentado penetrar, quisiera señalar dos categorías bíblicas que
iluminan la reflexión antropológica sobre la fe. Ellas son la de encuentro
y la de transformación. En la
Biblia, Dios sale al encuentro del hombre: Abraham, Moisés, Samuel, Isaías,
Amós, son sólo algunos ejemplos del AT.
En el NT tenemos a María, José, Leví, la Samaritana, etc. A estos varones y mujeres, Dios los llama por
su nombre y ellos, al responder, quedan transformados.
En
esta instancia Jesús sale al encuentro de María Magdalena. Ella le hace preguntas que él no contesta.
Simplemente, el Buen Pastor, la llama por su nombre y María reconoce su voz. El
noli me tangere es una invitación a
cambiar su situación de oyente de la Palabra a una de proclamante de nuestra
–ahora-condición de hijos: “Diles: subo a mi Padre y vuestro
Padre.” Y dice el texto griego en una bellísima inclusio que muestra la transformación que va del principio al
fin: María Magdalena va (ἔρχεται) y anuncia (ἀγγέλλουσα): “!He
visto al Señor!”
CODA: La fe como experiencia del Dios que es Amor
La perícopa nos muestra tres
testigos: María Magdalena, Pedro y el Discípulo Amado. Cada uno de ellos haciendo una
experiencia de Cristo que es única y personal ya que Él sale al encuentro de
cada uno de ellos en su particular situación revelándoles su amor. Y, a su
debido tiempo y modo, cada uno dirá su creo
como respuesta esperanzada al AMOR que encontraron, ya que, solo el amor es
digno de fe.