sábado, 25 de octubre de 2014

Llorando por los rincones

Mucho se ha dicho sobre el Sínodo de la Familia en los medios, en los círculos teológicos y en las amigables (y a veces acaloradas) discusiones entre amigos a los que estos temas parece importar. Y la verdad es que  -dejando de lado el tema de las personas con orientación homosexual-  me da la impresión que todo parece reducirse a  «comunión para los matrimonios en segunda unión si, comunión para los matrimonios en segunda unión no».

Hay un clima epocal sobre el cual reposa todo.  El intentar definirlo es en sí mismo un acto contracultural.  La primera palabra que me viene a la mente es «pesimismo».  La segunda es «fealdad».  El matrimonio se percibe ante todo como problemático, la indisolubilidad como obstáculo para una mayor felicidad en caso de fracaso y la virginidad -aquel supuesto estado que se requiere de los futuros esposos previo a las nupcias - como absurda, retrógrada, imposible.

El matrimonio cristiano no se percibe como algo bello. Su belleza, si alguna vez la tuvo, se ha perdido por los caminos del desamor, del desencuentro, de la dureza de la vida, de los ahogos económicos, de las dificultades laborales, de las penas y  dificultades de todo tipo.  Hay una marea creciente de matrimonios cristianos que luego de 20, 30, 40 años de casados se separan y sus miembros emprenden nuevas uniones, las más de las veces sin demasiadas ataduras.  Sin yugo. (con-yugues)

La soledad es muy dolorosa. Insoportable.  Si hay una frase bíblica que parece no haber perdido vigencia es esta:  «No es bueno que el hombre esté solo» (Gn 2,18) .  Por ello, a poco de desandar un matrimonio, se busca consuelo, abrazo y compañía con otra persona.  Y «todos» se alegran cuando alguien que había quedado solo encuentra nuevamente alguien con quien compartir la vida, alguien con quien andar.  Y a «todos» parece muy lógico que así sea.


La Iglesia que es «Mater et Magistra» ¿sufre por las penas de sus hijos?  Y parece que no.    ¿Acaso no impone sobre ellos pesadas cargas?  Parece incapaz de compadecerse de tanto dolor.  De allí el Sínodo.

Y todo el bla bla bla me hace llorar por los rincones. 


Y todo éste  bla bla bla ¿a qué viene?  Pues que quisiera mostrar sin prisa, la belleza del matrimonio «como Dios manda».   Si, ya sé:  ¡que frase tan antigua y tan contracultural! .  Pero es que en la Sagrada Escritura, Dios manda.  Me  propongo desgranar, una a una, palabra a palabra  las cosas que sobre el tema nos habla el Señor de la Vida.  Y lo que ello suscita en mi.   En actitud de escucha contemplativa y sapiencial.  Y en libertad.

Como dice nuestro máximo payador:  ¡Vengan santos en mi ayuda! 























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